Los mejores oradores del mundo no lo son porque hayan perdido por completo el miedo a hablar en público. El miedo siempre está presente. Es una cuestión de dimensiones, de proporcionalidad entre el objetivo y la situación peculiar que vive todo hablante.
Llevo muchas horas de televisión en directo. He conducido docenas de eventos, he impartido cientos de clases y conferencias. Pese a mi experiencia me siguen inquietando la cámara, los ojos del público, el aula o el plató. Lo contrario no podría ser y, como decía mi abuela, además sería imposible.
El miedo a hablar en público se gestiona igual que esa molestia que todo corredor de fondo acaba teniendo en una rodilla, en un talón o en la espalda: se encapsula y se mantiene a raya. El miedo a tomar la palabra en cualquier situación profesional también es encapsulable. No va a desaparecer. Tenemos que mantenerlo bajo control.
Con una ventaja añadida que no tiene el dolor endémico del deportista: el miedo nos ayuda a mantenernos alerta, nos hace ser mejores oradores puesto que activa nuestra capacidad de reaccionar. Si lo controlo lo utilizo en mi propio beneficio. Si por el contrario el miedo me controla, me anula.
La primera fase del control (que no la erradicación del miedo) es muy racional. ¡Un antídoto racional para algo tan irracional como el miedo! Así es. No se me ocurre otra forma de hacerlo. Sea cual sea el tamaño de su miedo (inquietud, terror, incomodidad, aprensión) todo comienza respondiendo a estas cinco preguntas que puedes ver en este vídeo.
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